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Junio
24
dom
2007
La torre de Alevia.
Vista de la "Torre de Alevia".

LA TORRE DE ALEVIA

César Ibars
Julio Barriuso


En la época en la que vivimos es difícil entender que un objeto tan común en nuestras vidas como el reloj, que hoy llevamos en la muñeca, en el móvil, en el coche, etc., hace unas cuantas décadas era prácticamente un artículo de lujo. El más común era el de bolsillo, que se llevaba enganchado de una cadena al traje o al chaleco. Era un bien muy preciado y se heredaba de padres a hijos.

En aquella época el pueblo de Alevia vivía fundamentalmente del producto del campo y la ganadería. La gente salía de sus casas por la mañana a trabajar en el monte o en la ería y no podían saber por ningún medio, salvo por la trayectoria del sol, en qué momento del día se hallaban. En Alevia se tocaban las campanas de la iglesia de San Juan a las doce del mediodía para llamar a los fieles a la oración del Ángelus. En una época anterior, don Tomás, que fue maestro durante tantos años, mandaba a algún crío a la capilla de San Antonio para que tocara la campana con la misma finalidad a las doce. También por ese toque podían situarse en una franja horaria los vecinos, pero era una mera indicación ya que sólo se producía una vez al día.

Este estado de cosas llevó a algunas personas a pensar que se necesitaría instalar un reloj en algún edificio que sobresaliera del resto, para que se oyera desde mucha distancia alrededor del pueblo y que sirviera para dar las horas. Aunque nadie sabe a ciencia cierta quién tuvo la idea original, fue germinando en la mente de algunos indianos.

En Alevia, en época comprendida desde finales del S. XIX hasta los primeros años del S. XX, el esfuerzo conjunto de los indianos con su capital y el pueblo, con su trabajo, dio lugar a la construcción de una carretera de acceso desde Siejo, de una elegante bolera rodeada de un murete de piedra de sillería, de una traída de aguas, de unos lavaderos, y de un salón de concejos.

Todas estas obras colocaron a Alevia entre los pueblos más desarrollados del valle de Peñamellera y fueron orgullo de su generación.

Así pues, fueron los indianos quienes se hicieron eco de la necesidad que había en Alevia de un reloj público. Parece ser que también fue decisiva la idea del párroco, Adriano Ferrería, que animó a toda la indianada a convertir este proyecto en realidad.
La idea de construir una torre para ubicar el reloj venía gestándose desde hacía tiempo. Pero no fue hasta 1949 cuando por fin la idea fructificó.

Se decidió ubicar la torre en San Antonio, capilla situada a las afueras del pueblo sobre una atalaya desde la que se domina todo el valle bajo de Peñamellera Baja. La intención era que los demás pueblos se beneficiasen también de la obra, pues situando el reloj en ese emplazamiento sin duda se oirían sus campanadas desde Panes, Siejo, Abándames, Suarías, Colosía, Cimiano, Cavandi, etc.

El hecho es que ese verano de 1949 se constituyó una junta de donantes, presidida por Constante Migueles y formada por Gabino Llano y Eugenio Bardales, con la finalidad de reunir el capital necesario para financiar la obra y encargar la redacción del proyecto. Éste corrió a cargo del ingeniero Antonio Linares, hijo del también ingeniero Pío Virgilio Linares, que diseñó una torre de veintidós metros de altura, en un estilo que recuerda al regionalismo montañés.
Una vez conseguidos los terrenos y reunido el dinero, la junta contrató a Francisco Quintana Martínez como encargado de la obra y responsable general de la misma.

En cuanto a la piedra a utilizar, se seleccionó piedra caliza procedente de una cantera situada junto al camino que va desde Alevia a Abándames. Era la cantera más cercana a la obra y la piedra tenía la ventaja de que era fácil de labrar.

Durante mediados de 1950 se inauguró la obra. En la primera piedra se labró una pequeña hornacina en que se introdujeron unas monedas en curso, un periódico del día y una copia del contrato que fue firmado por los operarios que trabajaron en la obra.

Comenzadas las obras de la torre, los vecinos del pueblo llegaron al acuerdo de que serían ellos mismos los que acarrearían la piedra desde la cantera hasta San Antonio. Para ello utilizaban carros de bueyes. La piedra utilizada se labraba a pie de obra y cuando llovía se guarecían en el pórtico de la capilla.

En 1951 se concluyó la estructura de la torre y se procedió a la instalación del reloj. Éste se adquirió por la comisión a la compañía “Viuda de Murua”, de Vitoria, cuyos relojes fueron incluso instalados en algunas catedrales. La obra fue terminada completamente en junio de 1951.

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