A la sombra de las míticas boleras de Nedrina y Lobejo y del Pico Peñamellera, nace el 26 de Julio (día de Santa Ana) de 1919 en Tobes (Robriguero), Enrique Posada Trespalacios, hijo de Juan y de Elena.
Ya desde rapacín, Enrique supo robar tiempo a sus quehaceres en prados, con carros, arados, vacas y rebaños, intentando aprender el popular arte de tumbar unos bolos que poco tenían que ver con los actuales. Es este tiempo uno de los momentos más gloriosos de los bolos en Peñamellera por su enraizamiento y popularidad entre los vecinos, aunque las boleras más frecuentadas por Enrique eran solo unos lugares de tierra más o menos llana, ni siquiera delimitados, en cuyo interior se plantaban los bolos en el suelo. Eran desiguales lo mismo que las bolas ya que se hacían a azuela y mazo y sujetos a todas las variaciones de D. Tiempo.
Viendo jugar a tíu Amador y a Pacho, el mozo Enrique va entusiasmándose cada vez más con este juego y adquiriendo un estilo singular no exento de espectacularidad, ciertas cabriolas de barroquismo y alta dificultad técnica que le acompañarán para siempre y le harán pasar a la historia de los bolos con el sobrenombre de “POSTURAS”.
Enrique jugó a los bolos ininterrumpidamente desde su niñez hasta su retirada en la década de los ochenta, cuando sus facultades físicas se debilitaron. No es el propietario de un palmarés glorioso; pero estuvo allí, jugó, disfrutó de la partida. Entendió el juego más como un medio para divertirse, relacionarse con su gente, cantar...que como un fin: ganar. Y el deporte como una de las actitudes más inteligentes de los seres humanos.
Las boleras de la “Comarca Oriental” de Asturias, la “Occidental” de Cantabria y también las de Chile fueron anfitrionas muchas veces de un jugador imprevisible, tenaz, valiente con enorme fe en sus posibilidades, con extraordinario pulso capaz de no sumar ningún bolo en una tirada o derribar 34 bolos en la siguiente dejando la primera corta de cinta; hacer trece bolos con emboque o dejar fuera del Campeonato de Asturias al mismísimo Benito Fdez. en sus buenos tiempos, o embocar las dos primeras bolas y pasar la tercera rozando el “mico”, o birlar en la antigua bolera de Alles desde la esquina del tablón del pulgar 7 bolos, dejando los otros dos moviéndose y el campanario y “La Campanona” temblando, jugada esta digna de ser cantada con la fantasía y exageración del poeta.
Enrique ha gustado siempre de jugar contra los mejores de su época, lamentando que alguien no pudiera estar por lesión u otros imponderables. Ha hablado bien de los que le precedieron en el juego y animó siempre a los jóvenes. Fue de conversación fácil. Valoró y practicó la amistad. Fue capaz de recorrer largas distancias (a pie) para jugar, como una vez que fue desde Robriguero hasta Purón atravesando Cuera, porque había quedado con Carburo para jugar en parejas, o para disfrutar del juego de los otros. Ha estado atento como nadie para felicitar al ganador y consolar con palabras amables al vencido. Ha sido el prototipo de: “CABALLERO DE LOS BOLOS”.
Al margen de su actividad bolística, Enrique ha tenido una forma de ser muy peculiar, curaba sus achaques de gripe invernales con viejos tarros de pócimas de antiguos tiempos, supo hacer mueca despectiva al tabaco y al alcohol y ha sido un deportista ejemplar, sin duda adelantado a su tiempo, que pasó olímpicamente de lo que opinara su entorno más próximo y que desarrolló por su cuenta cualidades físicas que hubieran hecho de él, si alguien hubiese apostado por sus “talentos”, un atleta de podium. Sus hazañas en carreras, contra bicicletas, caballos o la línea de Potes, forman ya parte de la historia mítica y singular de este prodigioso valle de Peñamellera.
Enrique disfrutó de una extraordinaria voz, siendo un destacado cantador de “tonada asturiana” y participando en numerosos concursos pero, sobre todo, cantando para sus amigos y conocidos.
Recibió el día 27 de Diciembre de 1999 el “PICO PEÑAMELLERA”, el reconocimiento popular más importante del mundo de los bolos. No faltó aquella noche, a pesar del impresionante vendaval que acechaba a toda la cornisa cantábrica, Modesto Cabello, el gran ídolo de Enrique, dando con su presencia una muestra más de la sabiduría que ha ido atesorando en el transcurso de los años. Tampoco le faltó el recuerdo de otros muchos y sobre todo de un fidelísimo amigo: Ramón Verdeja Bardales que aunque los “años, la hora y el frío le impidieron venir desde Oviedo”, mandó una entrañable y afectuosa carta de felicitación que fue leída en el transcurso de la cena.
Quisiera terminar estas líneas, escritas desde el afecto pero, sobre todo, desde el conocimiento por haber compartido muchas horas de mi vida con Enrique, con las palabras que otro buen amigo, Antonio Núñez Martín le dedicó aquella noche al final de la glosa que durante el transcurso del acto hizo sobre él: “Enrique, hoy debes estar orgulloso, tus logros, tu compañerismo, tu participación desinteresada, tu humildad y en suma tu impronta de buena persona y deportista ejemplar han sido reconocidos hoy públicamente precisamente aquí, en tu querido valle de PEÑAMELLERA ¡Qué Dios te guarde muchos años!.
Isidro Caballero Sardina (basado en la glosa que le hizo Antonio Núñez con motivo de la entrega de los premios “PICO PEÑAMELLERA”)