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Octubre
7
dom
2007
Huevos de Merodio
Juanín el Sastre.

Las historias para que tengan recuerdo entre las generaciones, hay que contarlas una y otra vez. Muchos de los jóvenes actuales, y no tan jóvenes, habrán escuchado por Peñamellera la frase “no hay huevos como los de Merodio” y quizás la repitan sin saber a que viene.

Pues se lo cuento: Hace ya bastantes años, tantos que quizá ya no viva ninguno de sus protagonistas (al menos los principales) se celebraba en Merodio la fiesta local de El Rosario. En aquellos años era frecuente que los mozos de los pueblos en que se celebraban las festividades se mostrasen muy celosos de los visitantes (aún de pueblos cercanos y conocidos) que llegaban un poco en plan “cheche” y, encima, les bailaban a las mozas del lugar. Algunos de estos residían normalmente en ciudades: Madrid, Santander, Oviedo… y, otros, para mas joder, eran indianos (o hijos de indianos) de Chile o México que manejaban perras y vestían y hablaban de una manera mas elegante de lo común.

No era raro, sino frecuente, que en estas fiestas se acabara a tortazos por cualquier tontería.

Simplemente por celos o por envidias infantiles, pero así era la cuestión.

Había en Panes por aquél entonces mucha mas mocedad que hoy. Hoy esa juventud o mocedad es escasa en nuestros pueblos por imperativos de la vida. Un grupo de aquellos mozos entre los que se encontraban Chucho Lama, su hermano Pepe Luís, Nisio Mezo, Víctor Rama, Julio Sardina y vete a saber quien más, se descolgaron por la fiesta de Merodio. Vestirían, digo yo, sus mejores galas. Perras seguro que las “justísimas” y ganas de bailar y de ligar, todas las del mundo.

Víctor Rama, que residía normalmente en Madrid, se encontraba de permiso en Panes del servicio militar en el que cumplía como alférez provisional dado que estaba integrado en las milicias universitarias. Vestía su impresionante uniforme militar con la pistola reglamentaria al cinto.

¿Qué pasó? Pues lo de siempre, que a algún mozo del lugar no le gustó el personal. Quizás les parecieron chulos o, quizás, sintió celos de ellos. ¡Ahí están estos “gilis” de Panes!, se diría para sí. Pero ¿quiénes se creen que son estos?...

La cosa es que se armó la que se tenía que armar. Hubo tortas para todos y a Víctor le arrebataron la pistola. ¡Que error ir a una fiesta con pistola! Bueno, eran aquellos tiempos. Al final, los de Panes, las llevaron…

A Chucho Lama le derrengaron un bolsillo de la chaqueta. Lo que se decía, y se dice aún, le hicieron un “siete”. Para que su madre, doña Francisca no se enterara de la trifulca ocurrida en Merodio, Chucho llevó la chaqueta a la sastrería de Juanín.

–Cósemela bien para que mi madre no tenga que preguntarme que pasó- le dijo Chucho a Juanín. Juanín no sabía nada de lo ocurrido pero, después se enteró.

-Nada, no te preocupes, ven mañana a buscarla-. Juanín, que era “un puta”, en el mejor sentido de la palabra, se enteró de lo sucedido. Cosió con arte el roto de la chaqueta y la dejó en un perchero a la espera de que Chucho llegara a recogerla.

Ahí llegó: –Hola Juanín, ¿ya está la chaqueta?- -Sí, ahí la tienes, como nueva-

Chucho miró el arreglo, ¡perfecto!, y se puso la chaqueta. Por inercia, lo primero que hizo fue meter las manos en los bolsillos y encontró en cada uno un huevo. -¿Y esto, Juanín?

¡Ah!, son huevos, le contestó Juanín, cómelos que son muy buenos, son de Merodio. Algunos dicen que tienen hasta dos yemas….

Víctor Rama se contentó con recuperar la pistola reglamentaria (no sé como) y los otros se preguntaban como el “maricón” de Juanín se había enterado de las hostias que les habían dado en Merodio la noche anterior. Bueno, cosas de los pueblos.


Alfredo Caballero Sardina.

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