Inició su andadura allá en el año 1902 en la bolera panesa de «La Prada», lugar de juego también conocido como «El Correo» y que por entonces regentaba aquel popular tabernero de principios del siglo pasado llamado Fernando Ruiz. Este escenario se encontraba situado en las afueras de la localidad de Panes, en el margen derecho de la vía de asfalto que conduce al viajero en dirección a Potes y paralelo a la finca de San Román. La bolera se sumaba así al prado de la tejera de San Juan de Ciliergo, que sustituyó a la braña de «Lobejo», en la base del Picu de Peñamellera, como marco de la feria de ganados de San Cipriano, y que se convertiría en sólido cimiento de la fiesta más representativa del valle bajo de Peñamellera. Una celebración a cuyo lado ha crecido y evolucionado en el tiempo el certamen de bolo palma con más solera y arraigo de cuantos se celebran en nuestra región. Y es que, con ciento nueve años a sus espaldas, además de haberse convertido en toda una referencia, y de representar un buen ejemplo de la esencia y valores que primaron y todavía, al menos ocasionalmente, priman en este deporte, el concurso de bolos de San Cipriano también destaca por ser el más antiguo de cuantos se disputan en la órbita del bolo palma, solamente superado en longevidad por el torneo cántabro de La Patrona de Torrelavega.
El concurso contribuye a la unión de los pueblos que participan en él, y refleja y fomenta una sana rivalidad entre poblaciones cercanas
Con la compañía de Isidro Caballero, presidente de la Asociación Bolística Pico Peñamellera y gran conocedor de este concurso, vamos a ir recorriendo los momentos más significativos y deteniéndonos con los protagonistas más singulares de este certamen que, año tras año, ha visto pasar el siglo XX y una década completa del XXI, pero que a la vez ha quedado y está ahí, con un legado que, generación tras generación, han ido conformando en el tiempo, con mayor o menor acierto y dignidad, y que nos permite añorar personas y aflorar vivencias y recuerdos que nos inyectan sabia de las raíces.
Cuéntenos Isidro, ¿cómo son aquellos primeros años del San Cipriano?
A la hora de situar el contexto tendría que decir que en aquel tiempo existían cinco boleras en Panes. Eso, sin contar la de Pepín, que se construiría algo después, ni las de los pueblos de los alrededores. El de los bolos es el juego más popular del valle con diferencia. Se practica en todas partes; en las boleras, en los caminos, en cualquier rincón... porque es algo querido y disfrutado y, desde luego, muy arraigado. De hecho, existe un documento histórico de los bolos en nuestro concejo que data del año 1650 (“Pleitos y asuntos de D. Toribio de Colosía vecino de Merodio por la cuarta parte de dos nogales en la bolera de Alevia”). San Cipriano es un caso claro de cómo las ferias y fiestas han sido elementos de fortalecimiento de la práctica bolística, algo que también ocurre en otras localidades como Posada, Pendueles, Unquera, Cabezón de la Sal, o Torrelavega, por citar algunos ejemplos. El concurso contribuye a la unión de los pueblos que participan en él, y refleja y fomenta una sana rivalidad entre poblaciones cercanas.
¿Quienes participaban en aquel entonces en el concurso?
Entre los pueblos que solían tomar parte en esta competición se encontraban los de Panes, Llonín, Abándames, Alevia, Noriega, Alles y Colombres. También algunos otros pertenecientes a municipios cántabros limítrofes, como Potes, Lebeña, Bielva o Peñarrubia. Las partidas eran «de a cuatro» o «de a cinco», es decir, de cuartetos o quintetos, que eran inscritos por riguroso orden de llegada a la bolera tras el pago de la correspondiente cuota. Ésta oscilaba entre las tres y las cinco pesetas, y era abonada a escote pericote por los jugadores. Normalmente, los premios en estos primeros años ascendían a un importe de cien pesetas para los vencedores, cincuenta para los subcampeones, y veinticinco para los terceros clasificados.
Aunque en la actualidad las fiestas de San Cipriano se celebran en Panes el tercer fin de semana de septiembre, antiguamente se llevaban a cabo, de manera inexcusable, los días 16, 17 y 18 del mes, quedando reservada la última de estas tres jornadas para el concurso de bolos.
Las partidas eran «de a cuatro» o «de a cinco», es decir, de cuartetos o quintetos, que eran inscritos por riguroso orden de llegada a la bolera tras el pago de la correspondiente cuota
¿Cuál era el sistema de juego?, ¿diferían mucho las reglas de las que rigen hoy en día?
Se jugaba al estilo tradicional de la época. Esto es, sin fleje; utilizando mucho la denominada turria, que consistía en lanzar la bola muy abierta y aprovechar algún desnivel de la bolera para embocar o dejarla en caja; con el michi algo más próximo a los bolos y con las rayas asturianas de toda la vida, es decir, en palos, para el tiro más cercano, y en caldera para el más alejado, justo al revés de como se sitúan en la actualidad.
El valor establecido para los emboques era de 6 y 7 tantos para los dos palos de la fila de la cinca; de 11, 12 y 11, respectivamente, para los de la fila del medio; y de 15 para los de la fila más exterior.
Las bolas que quedaban en caja, se esmangaban, y valían un bolo más si no se soltaban de la mano. Se podía esmangar desde cualquier posición si, desde el lugar donde había parado la bola, el jugador alcanzaba a tocar con ésta la coronilla del bolo del medio.
¿Había jugadores que sobresalieran del resto en esa época?
Eran tiempos en los que no se observaba con claridad a jugadores que sobresalieran por encima del resto, ya que era principalmente el pueblo el que tomaba parte en los concursos. Si hubiera que destacar a alguien, citaría a algunos de Los Pachurranes de Panes.
¿Cuándo y por qué razón abandona el certamen La Prada?
A mediados de la segunda década del siglo veinte, muda de escenario a la bolera del Bar las Once, situado en la parte trasera de donde hoy se encuentra el tanatorio de Panes. Es muy posible que este cambio de ubicación obedeciera en su día al traslado también de la fiesta de San Cipriano al barrio de San Roque. Concretamente, a la plazoleta de la Fonda Lama, donde durante años se celebraron animadas romerías y verbenas. Y es que, si hay un rasgo esencial e identificador del San Cipriano, es esa fuerte vinculación entre fiesta y concurso que ha hecho ir siempre a ambos de la mano.
¿La modificación del escenario lleva aparejado algún cambio más?
La competición sigue celebrándose por equipos, pero comenzará a tomar una dinámica algo diferente. Va adquiriendo una más que notable popularidad debido al elevado número e importancia de los participantes, a la gran cantidad de público que sigue las tiradas, al prestigio que proporciona a los vencedores, al atractivo de la fiesta, a la cuantía de los premios, la seriedad de la organización… y ya no mide a los pueblos entre sí, sino que los equipos se nutren ahora a base de los mejores jugadores de cada lugar para llevarse el título.
¿Hasta cuándo se celebra el concurso el bar las Once?
Será hasta comienzos de los años veinte, en que el certamen volverá a cambiar de sede. Esta vez, para instalarse en la bolera de Balcao, lugar conocido también como La Plaza y situado en los terrenos donde hoy se asienta el parque de don Ángel Cuesta. El motivo fue el de seguir acompañando a la fiesta, que también se desplaza hasta ese mismo entorno.
Y, ahora que la bolera ya no depende de ningún establecimiento, ¿quién se ocupa de su mantenimiento?
Del mantenimiento se encarga Manuel Sánchez, «El Legionario», que regentaba un bar próximo y que pagaba por el arriendo y explotación de la bolera, ya que era de propiedad privada. El juego deja de ser «de a cuatro» y «de a cinco», y se instaura en el San Cipriano la competición en la modalidad de parejas, que perdurará mucho tiempo y que, a pesar de que también sirve para representar a los pueblos, ya empieza a conferir un gran protagonismo a los jugadores.
En el año 1934, el Ayuntamiento del Valle Bajo construye por fin la bolera municipal de La Plaza, la única que pervive actualmente en la capital del concejo y en la que desde entonces se dirime este prestigioso certamen de bolos.
Cuenta el gran Pepe Tarno, en el semanario «El Eco de los Valles» —el mismo que tuvo la tenacidad, el coraje y la ilusión de crear y mantener durante treinta y seis años en Peñamellera Baja— que aquella tarde de San Cipriano del año 34, en que se inauguraba la bolera, estaban en La Plaza las mejores partidas de la comarca oriental asturiana y, también, de Herrerías, Lamasón, Rionansa, Peñarrubia, Valdáliga, Liébana, Torrelavega… Y que, de entre todos, sobresalía la figura de un hombre pequeño, con boina y tipo de aldeano. Se trataba de Rogelio González Vinoles, «El Zurdo de Bielva», aquel jugador mitad humano y mitad divino que, desde quince metros y con nueve bolas, fue derribando todos los bolos, uno por uno, y empezando por el último. Y que, a petición del gentío, unas mil quinientas personas, lo repitió varias veces.
En los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado, un concurso con la presencia de “El Zurdo de Bielva” podía convertirse en el más relevante acto social de cualquiera de nuestros pueblos. Eran tiempos diferentes, pero que permanecen en la memoria colectiva.
Con el giro que desde entonces ha dado la vida, hoy resulta difícil comprender que un jugador de bolos contara con más fama que un futbolista y que fuera requerido por ciertos pueblos a fin de dar realce a sus fiestas, que de aquella, dicho sea de paso, ocupaban un lugar mucho más preferente que en la actualidad.
¿Qué bolistas podríamos destacar de esta primera mitad de siglo?
Sin duda, “El Zurdo de Bielva” fue el jugador más relevante que pasó por San Cipriano en la primera mitad del siglo pasado, aunque también habría que citar a otros bolistas como Ico Mallavia, Jesús Sánchez el “Zurdo de Mazcuerras”, Gándara…
Entre los de la zona, a Manolo y Alberto Noriega, de El Peral; al Chueco de Alevia, Miguelín Purón, los curas de Helgueras y de Alevia, y a un grupo de sacerdotes lebaniegos entre los que destacaba el popular señor Parra.
Pero San Cipriano no se estanca ahí, sigue evolucionando...
La segunda mitad de siglo trajo consigo la modificación de muchos aspectos y bastantes reajustes, lo que dio lugar a una lógica e importante evolución del concurso de San Cipriano, que adquiere una raigambre histórica que le proporciona un alto contenido emocional y que, además, le concede legitimidad. Esto es algo que ha ocurrido también con otros elementos de la cultura de Peñamellera Baja, como el queso, el río, el salmón, los cestos, el entorno… Parecen tan viejos y tan arraigados que resulta inconcebible no pensar en ellos cuando se buscan señas de identidad cercanas. En los últimos cincuenta años del siglo veinte, el concurso o certamen de San Cipriano va configurándose como un hecho deportivo.
Aquel corazón de niño, y aquel carácter lúdico-social con el que nació en «El Correo», se va endureciendo hasta ir haciéndose deporte. Los bolos, las bolas, las estacas, o el marco de la bolera, ya no son los mismos. A principios de los años 60 aparecen las normas de la Federación Española de Bolos. Unas reglas que, «El Zurreru» primero y, sobre todo, Benito Llano después, con el apoyo de Manuel Nicolás San Román, tienen que imponer a puru huevu, porque los jugadores no las aceptaban inicialmente.
Con ello, hacen un impagable favor al concurso y a los bolos. San Cipriano supera el ámbito local, y su fama y prestigio se difunden aún más por la comarca oriental y la Montaña. Desde allí, en tren, en bicicleta, o en el viejo camión de gasógeno, llegarán muchos grandes jugadores que van a dejar su importante huella en este concurso.
En los últimos cincuenta años del siglo veinte, el concurso o certamen de San Cipriano va configurándose como un hecho deportivo. Aquel corazón de niño, y aquel carácter lúdico-social con el que nació en «El Correo», se va endureciendo hasta ir haciéndose deporte
Es un proceso de cambio y adaptación muy interesante...
Y, además, resulta clave para comprender bien cómo nuestro juego se transforma en deporte, y para conocerlo y valorarlo mejor. Es cierto que ese paso, de juego rural a deporte, no se produce de una forma brusca, y que va acompañado de ciertos cambios sociales que merece la pena tener en cuenta, como la pérdida de aquella filosofía informal, lúdica, vertebrada en valores como la caballerosidad, la palabra dada, la fiesta… propia de romerías y celebraciones patronales. También, aquellos jugadores que, aun viniendo de lejos, jugaban por premios que, a pesar de lo que digamos, apenas les alcanzaban para cubrir gastos, merendar y llegar tarde a casa. Eran gloriosos tiempos de bolos, con pueblos que bullían.
¿La celebración del concurso se ha desarrollado siempre de manera ininterrumpida?
Siempre. Aunque el certamen se ha mantenido tradicionalmente unido a la fiesta, en los años 1963 y 1990, en los que dificultades en su organización impidieron que ésta se celebrara, también hubo concurso de bolos. Ello muestra que, aún enmarcado en la festividad, el torneo ya poseía fuerza propia.
La segunda mitad de siglo también ha dado grandes nombres en cuanto a jugadores, ¿verdad?
Es de justicia citar aquí a Cabello y su partidona, Salas, Ramiro y Escalante; a Sousa, Mier y Rilo. También a los asturianos Senén, Real, Mochales, Antonio Sánchez, Vicente Cuétara, Francisco Gómez, Emilio Lobeto, Diego Otero, Millán, Enrique Posada “Posturas”, Gerardo García, Popo, Maya, Eduardo González, Manuel Valderrábano, Ramón Vidal... Una extensa lista a la que se unirían, algo más tarde, los ilustrísimos Fidel Linares, Ventisca, Calixto, Lucas Arenal, El Belga, Marcos, Benito Fernández «El rapaz de Alles», Julio Braun, Lin, Quintana, Ingelmo, Arturo Mallavia, Lilis, Miguel García, Santos, Fuentevilla, Castanedo, Túñez, Domínguez y Emilio Antonio Rodríguez “Tete”. Éste último, el jugador con más amplio palmarés en la historia del bolo palma. Algo después, aparecería en escena Rodrigo Núñez Martín, uno de los mejores bolistas asturianos de todos los tiempos. Y que nos perdonen aquellos a los que olvidemos o no valoremos en su justa medida.
A partir de 1995, San Cipriano entra a formar parte del Circuito Nacional de Bolo Palma. La filosofía ya no es participar y disfrutar, sino ganar o ganar. El deporte también se impregna de seudo valores creados por una sociedad que no reconoce nada más que a los ganadores. Es cierto que el deporte tiene sus exigencias, pero ello no puede conllevar la renuncia a la satisfacción de jugar y al espíritu del juego.
Son las horas de Jesús Salmón, Rubén Haya, Benito Fernández Llamazares, Ico Núñez, Lavín, «El Junco de Liérganes», Rubén Rodríguez, Miliuco, De Juana, Alfonso Díaz… y muchos otros que seguirán engrandeciendo este centenario concurso de San Cipriano.
Isidro Caballero / J.L. Martínez